Vuelvo a la carga y aunque me hallo en un glaciar, inmóvil, con la piel quemada por el frío y el alma confusa tras la tempestad, estoy en paz. Aunque sola, en medio de una llanura de de hielo, siento este divino silencio que clarifica mi mente. No pienso, solo siento esa luz.
He escudriñado el horizonte, intentando recordar memorias… pero la luz no estaba ahí. Miré alrededor, perdí la vista buscando en el infinito, una vez más, a oscuras, helada… Y la luz no estaba ahí.
Fue la confianza en el sol, porque nunca dudo que siempre hay una luz. Siempre. A veces intensa, a veces imperceptible, pero siempre está ahí… Y cayó de una gota del cielo, justo en la punta de mi nariz, y bajo la piel de esa gota vivía el reflejo de toda la luz del universo, esperando en silencio que la recibiera.
Ahora llueve, caen millones de gotas, con fuerza, directas, derritiendo el polvo helado. Como antaño… Mientras abro los brazos al cielo y dejo que empape, que inunde, que se lleve todo lo que no ha de estar aquí.
Benditos sean los errores cuando somos capaces de asumir. Vuelta a empezar, una y otra vez, que no habrá herida que no cure, ni la hubo, ni la hay, ni la habrá.
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